
Las personas sabias y humildes son espontáneamente buenas y respetuosas porque aceptan y se muestran contentas y comprensivas ante las posibilidades o límites que encierra la vida.
Son partícipes del conocimiento de que no hay personas mejores y personas peores, son sabedoras de que morirán y al mismo tiempo amigas de la muerte.
Las cosas son como son.
Sin embargo, los que aspiran a ser como dioses no confían más que en su propia grandeza y la convierten en su apuesta existencial.

Pretenden adueñarse de la realidad y fabricarla a la medida de sus consideraciones personales, a menudo se erigen en portavoces de lo correcto, de lo bueno, y tratan de convertirlo en verdad para todos y para siempre.
No se dan cuenta que queriendo ser como dioses paradójicamente se alejan de Dios.
Son aquellos que piensan que todo debe ser explicado, comprendido y manejado para así calmar sus temores.
Conocer el bien y el mal
Simbolizamos esta expulsión del paraíso cuando dejamos de vivir la vida y comenzamos a pensarla, vivimos a través de nuestros pensamientos porque en lugar de pertenecer a la vida creemos que somos dueños de ella.
“Seng-Ts an, tercer patriarca de la escuela Chan, origen de la escuela Zen, nos regaló una misteriosa frase apártate de todo pensamiento y no habrá lugar al que no puedas ir significa algo así como que los pensamientos son la materia prima de nuestras limitaciones porque nos seducen con tanta fuerza que los tomamos por la realidad y nos alejan de nuestro ser esencial”
Además, hemos de pensar que nuestros pensamientos emergen la mayor parte del tiempo con independencia absoluta de nuestra voluntad y guía, son producto de nuestra cabeza, no podemos controlarlos, no somos libres de pensar lo que queremos, se inyectan en nuestro torrente sanguíneo mental sin que tengamos apenas control.
Joan garriga dice estar convencido de que descubriríamos que al menos un 50% de los pensamientos son ruido que intoxica a nuestra necesidad de silencio interior al mismo tiempo que nos protege de él pues también le tememos.

Del 50% restante, al menos 30% estaría compuesto de materia mental especializada en discutir con la realidad lo que da como resultado angustia y sentimientos que tensan el cuerpo, su objetivo es tener razón y demostrar que las cosas deberían ser de modo distinto a como son.
Este 30% está regido por nuestra pequeña identidad, nuestro yo, y se fertiliza con sus anhelos y sus angustias, sus esperanzas y su consecuente desesperanza, su diálogo interno es quejoso, dogmático, víctima, exigente, vengativo. Este 30% niega, cuestiona, exige, debate, lucha contra la realidad con las cosas como son y siempre pierden por goleada por lo general enfermando
Solo 20% del pensamiento restante sería el pensamiento útil y funcional, el que está al servicio de la acción y que nos lleva a hacer algo real y nos hace sentir bien, están al servicio de la vida, la fecundan, la protegen, la respetan y la mejoran cuando pueden. Es un pensamiento ecológico, guarda armonía con las proporciones de las relaciones humanas y nos hace responsables procurando la dignidad, la convivencia y el bienestar para todos.
Llegar a ser nadie como seres individuales
Solemos edificar una torre de refugio desde la que observar la vida y el transcurrir de las cosas desde allí miramos al mundo con nuestras ideas acerca de cómo deben ser las cosas para asegurarnos de que sean como deben ser y entonces alegrarnos o sufrir cuando no sucede lo que esperábamos.
Por supuesto, es difícil escapar de ese lugar que diferencia entre el bien y el mal pero, la conciencia es capaz de desarrollarse y madurar, es capaz de quitarse a sí misma la función de desenmascarar lo conceptual y verlo como lo que es: una ilusión, una falsedad y un límite.
“La libertad Suprema es ser libres de sí mismos”
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